lunes, noviembre 26, 2007

Día 106, lunes

Ahí estaba ella, sentada en la sombra que le ofrece el puesto donde trabaja. Tiene la cabeza gacha y se proteje del escaso sol del que es víctima con una gorra -que siempre me he animado a calificar de "anacrónica", pero que en realidad es más bien una gorra común y corriente, negra, con las letras de una marca de café intantáneo bastante comercial-. Yo la observo desde lejos, el segundo piso del edificio protegido por una enorme ventana rectangular. Se le ve bastante triste. Selecciona los barquillos con los que vende helado envolviendo su punta con una sevilleta blanca, lo que parece ser una tarea infinita y sin ningún desarrollo. Cuando bajo a hablar con ella tengo que esperar a que atienda a un par de clientes. Me saluda y se vuelve a sentar con aquella expresión triste o aburrida. Me cuenta un poco de sus hijas, siempre utilizando las mismas palabras y las mismas expresiones, mientras yo le digo cosas como: "Hoy no me provoca ir a trabajar". Las veces que le hablo para salir juntos ella me mira como si le estuviera hablando en otro idioma, a pesar de todo sonríe y se deja llevar por la idea. Antes de irme le comento que la estuve mirando desde el edificio con ventanas que desde afuera son como enormes espejos. Cuando me estoy alejando, no sé por qué, volteo y vuelvo a mirarla. Ella está sentada en la misma posición que antes, con los hombros caídos y su cuerpo en un estado perpetuo de contricción, mientras ordena los conos para helados y les coloca una pequeña servilleta blanca en la punta.